
En el escenario geopolítico y económico latinoamericano irrumpió este lunes un anuncio que, aunque previsible en el contexto de la creciente interdependencia hemisférica, resulta sorpresivo en sus alcances y repercusiones. El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, aseguró que la mayor potencia del mundo está dispuesta a brindarle a la Argentina de Javier Milei toda la ayuda económica que necesite. La frase, dicha con aparente simpleza, encierra un mundo de lecturas y coloca nuevamente al país austral en el epicentro de las tensiones entre la ortodoxia económica, el pragmatismo político y la eterna búsqueda de estabilidad.
El compromiso estadounidense, traducido en un “todas las opciones están sobre la mesa”, no sólo hizo repuntar momentáneamente los activos argentinos en los mercados, sino que abrió un debate profundo: ¿se trata de un gesto genuino de cooperación, de un espaldarazo al libertario Milei o, más bien, de una jugada geoestratégica que perpetúa la histórica dependencia del Cono Sur respecto de Washington?
No es un secreto que Milei atraviesa un tramo complejo de su gestión. A casi un año de haber asumido con promesas de dinamitar el statu quo, la realidad se ha encargado de minar su capital político. La inflación, aunque con signos de contención, sigue golpeando a la población; los niveles de pobreza superan el 40%; y las reformas estructurales que impulsa el mandatario enfrentan férrea resistencia tanto en el Congreso como en la calle.
En este marco, la palabra de Bessent es un bálsamo, al menos en lo inmediato. Una línea de swap, la compra de deuda en dólares o incluso la inyección directa de divisas, son mecanismos que permitirían a Buenos Aires ganar tiempo, oxigenar reservas y enviar una señal de confianza a los inversores. Para un gobierno que ha hecho del mercado el juez supremo de sus decisiones, esta validación desde Washington significa un triunfo discursivo.
Sin embargo, conviene preguntarse: ¿qué costo tendrá aceptar un salvavidas que rara vez es gratuito?
Estados Unidos no da pasos sin medir la geopolítica. Bessent lo dijo con claridad: “Argentina es un aliado sistémicamente importante en América Latina”. La expresión no es inocente. En momentos en que China y Rusia buscan expandir su influencia en la región, y cuando Brasil se erige como potencia autónoma con liderazgo en el sur, la Casa Blanca no puede permitirse que la tercera economía sudamericana caiga en la órbita de rivales estratégicos.
El ofrecimiento de apoyo al gobierno de Milei se inserta en esa lógica: asegurar que Buenos Aires permanezca alineada con Occidente, consolidar un contrapeso al eje progresista encabezado por Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, y aprovechar la afinidad ideológica de Milei con la derecha global. En otras palabras, Washington no rescata por altruismo: invierte en un socio que le resulta funcional.
Para Milei, aceptar la ayuda estadounidense sería congruente con su narrativa. Desde su campaña se ha declarado un ferviente aliado del “mundo libre”, con guiños constantes a Donald Trump y a Benjamin Netanyahu, además de su abierto desprecio hacia el eje bolivariano y sus derivaciones. Que el Tesoro de Estados Unidos abra la puerta a un apoyo sin precedentes podría ser presentado como la confirmación de que Argentina ha retomado la senda correcta y de que el mercado internacional confía en su liderazgo.
No obstante, la paradoja es evidente. El libertario que se proclamaba enemigo de la “casta” y defensor de la “autonomía individual frente al Estado”, ahora se encamina a depender de un rescate externo que, en esencia, compromete la soberanía nacional. Porque cada dólar que llegue de Washington traerá aparejada una condición, explícita o implícita: alineamiento político, aceptación de medidas de austeridad, apertura irrestricta a los capitales extranjeros.
Milei, que ha hecho gala de un discurso incendiario contra el intervencionismo estatal, podría terminar abrazando el intervencionismo de otra potencia.
Argentina conoce de memoria este libreto. Desde el empréstito de la Baring Brothers en el siglo XIX hasta los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional en tiempos recientes, el país ha oscilado entre la ilusión de la liquidez externa y la amarga realidad del endeudamiento perpetuo. Cada rescate ha implicado condicionamientos y cada condicionamiento ha terminado generando tensiones sociales que, a la postre, minan a los gobiernos que los aceptan.
La diferencia en este caso radica en que el salvavidas no provendría de un organismo multilateral, sino directamente del Tesoro estadounidense. El gesto, inédito en las últimas décadas, coloca a Milei en una posición dual: puede ser visto como el presidente que logró respaldo directo de la mayor potencia global, o como el mandatario que hipotecó la independencia económica argentina en aras de sobrevivir políticamente.
Dentro de Argentina, la noticia divide. Para los sectores empresariales y financieros, la promesa de Bessent es una luz de esperanza: significa liquidez, estabilidad cambiaria y quizá una baja en el riesgo país. Para la oposición política y los movimientos sociales, en cambio, es la confirmación de que Milei no tiene un plan propio y depende de Washington para sostenerse.
A nivel regional, el gesto también genera ondas expansivas. Brasil observa con recelo: un Milei apuntalado por Estados Unidos puede debilitar la influencia de Lula en el Cono Sur. Chile y Uruguay, con sus agendas más pragmáticas, podrían ver con buenos ojos un fortalecimiento argentino que estabilice los flujos comerciales. México y Colombia, gobernados por proyectos de izquierda, difícilmente aplaudan una jugada que refuerza el alineamiento de Buenos Aires con la derecha internacional.
El repunte de los activos argentinos tras el anuncio de Bessent refleja una verdad incuestionable: los mercados no se mueven por convicciones democráticas, sino por expectativas de rentabilidad. La sola posibilidad de que Estados Unidos compre deuda argentina o inyecte dólares al sistema genera entusiasmo especulativo.
Pero conviene recordar que la estabilidad basada en anuncios es efímera. Lo que realmente definirá el futuro será la capacidad de Milei de convertir ese respaldo en políticas de crecimiento sostenido, con mejoras palpables en la vida cotidiana de la población. Si el rescate se diluye en fuga de capitales, pago de intereses y más ajustes, la ilusión se esfumará tan rápido como llegó.
El presidente argentino camina hoy sobre una cuerda floja. Por un lado, la tentación de abrazar el respaldo estadounidense y capitalizarlo como logro político. Por otro, el riesgo de caer en la trampa de la dependencia estructural. Su margen de maniobra es estrecho: necesita dólares para evitar una crisis de reservas, pero también requiere mantener cierto grado de autonomía para no perder legitimidad ante una ciudadanía históricamente sensible a las imposiciones externas.
El anuncio de Bessent coloca a Argentina frente a una disyuntiva histórica. Aceptar la ayuda de Estados Unidos puede significar un respiro económico y un espaldarazo político, pero también implica abrir la puerta a nuevas cadenas. Rechazarla, en cambio, dejaría a Milei frente al desafío de sostener su programa con recursos propios, lo que a la luz de los indicadores actuales parece casi imposible.
El libertario que prometió “no tranzar” está ahora ante la prueba máxima: elegir entre la pureza ideológica y la supervivencia política. Su decisión no sólo definirá el rumbo inmediato de la economía argentina, sino que marcará también el lugar de su país en el tablero geopolítico de América Latina.
La historia juzgará si este episodio fue el inicio de una recuperación sostenida o el prólogo de un nuevo ciclo de dependencia. Lo único cierto es que, una vez más, Argentina camina por la delgada línea que separa el rescate del sometimiento.