A veces me pregunto si ese día de 1989 fue un golpe del azar o un truco del destino. No me queda duda de que fue uno de esos momentos que marcan una vida —aunque en ese instante solo sentí miedo, rabia y un poco de ridículo. Hablo del sorteo de la SeDeNa que me obligaron a asistir, como a miles de jóvenes en aquel entonces, y que terminó por cambiar el rumbo de mis primeros años de juventud.
MI AMIGO “VIADO”
Yo decía que aquello sí era un verdadero sorteo: no como esos que se hacen en la televisión con trampas, sino uno crudo, con la incertidumbre colgando en el aire como un nube gris. Fui con mi amigo Everardo “Viado” Padilla García —quien hoy se dedica a mudanzas, mientras yo sigo con el agua periodismo—, y juntos caminamos hasta la plaza donde se llevaría a cabo la verificación. Camisa blanca y pantalón azul, tal como lo mandaba la Junta Local de Reclutamiento: un disfraz de obediencia que nos hacía sentir pequeños y desamparados.
LA DIFERENCIA ENTRE BOLAS
Aquí, en nuestra tierra, el juego era diferente al resto del país. Además de la bola blanca (que ya era mala) y la negra (la única que te salvaba), había una tercera: la bola azul. Esa era la que nadie quería oír. Formados en fila recta, con la espalda tiesa y la respiración corta, escuchamos cómo se llamaban los nombres… y el tiempo se paró.
LA MANO DE UN NIÑO
Everardo tiene apellido con P, yo con S: estábamos uno al lado del otro, como si fuéramos un solo objetivo para el azar. ¿Y quién era el juez supremo? Un niño. Sí, un chiquillo que tenía que meter en una bolsa y decidir si marchábamos o no. Aún hoy me pregunto: ¿por qué dejar en manos de un niño el futuro de jóvenes que estaban a punto de enfrentar lo que creíamos era lo peor?
LA SORPRESA
La sorpresa —más bien, el golpe en el estómago— llegó cuando anunciaron: “Padilla García… bola azul. S… bola azul”. En ese instante, sentí cómo se me iba el aire. La bola azul era una condena a servir en la XII Zona Naval Militar, la Secretaría de Marina —lo peor que nos podía pasar en aquellos años. Porque si habías sacado blanca, al menos te tocaba pintar paredes y barrer el cuartel al lado de la PGR: trabajo duro, sí, pero sin la rigidez y el miedo que llevaba la marina.
CAÍAN DESMAYADOS
Y hubo un detalle que me quedó grabado para siempre: tres conscriptos, al escuchar “bola azul”, se desmayaron de golpe, cayendo al piso como muñecos de trapo. No es de extrañar: para nosotros, aquel sorteo no era solo un proceso burocrático, era la decisión entre seguir con nuestra vida o entrar en un mundo que no conocíamos y que temíamos.
NUESTRO FUTURO EN MANOS…
Hoy, con la distancia del tiempo, puedo reírme de ese momento de pánico. Pero también puedo decir que fue una lección: que a veces el destino te mete en caminos que no querías tomar, pero que terminan por hacerte quien eres. Aún así, no olvido la sensación de impotencia al ver cómo un niño con una bola decidía nuestro futuro.
(Mañana la segunda parte)
