
La memoria de la infancia a menudo se teje con hilos de nostalgia, y para muchos, esos recuerdos están bañados por la luz cálida de un sol que se ponía sobre paisajes exuberantes. Cuando apenas era un niño, cursando los primeros años de primaria en el fraccionamiento El Mirador de Tepic, Nayarit, la vida transcurría entre la escuela “Luis Echeverría” y la promesa de aventuras al aire libre. Poco después, el destino me trajo a la vibrante Puerto Vallarta, pero la esencia de esa niñez feliz, rodeada de vegetación y la frescura de aguas termales, perdura.
NO LO SABÍAMOS
Disfrutábamos de chapuzones espontáneos y de la abundancia de la tierra: nanchis (o nancis, como los conocí aquí), agualamas, mangos y naranjas, frutos que arrancábamos directamente de los árboles en nuestro camino. Vivíamos inmersos en inmensos cañaverales y ordeñas que nos ofrecían sus productos a precios irrisorios. Éramos, sin saberlo entonces, inmensamente felices; una dicha que solo el paso del tiempo nos ha permitido valorar en su justa dimensión.
MI EXPERIENCIA EN LOS CINES
Pero más allá de la dulzura de la fruta y la libertad de los campos, lo que verdaderamente marcó mi infancia fue una experiencia cinematográfica única: la proyección de películas aprovechando las vastas paredes que ofrecía el fraccionamiento. Imagino que esta práctica se extendía a otras colonias, transformando muros anónimos en lienzos para historias. Eran filmes ilustrativos, de un valor documental incalculable, acompañados de palomitas y refrescos que se ofrecían a los espectadores a precios sumamente económicos. El objetivo era claro: mantener a niños y jóvenes ocupados, entretenidos y, quizás, educados.
CON LOS “HÚNGAROS”
Contrastando con esta experiencia gratuita, existía el cine de “Los Húngaros”, para aquellos que podían costear una entrada y deleitarse con películas icónicas como “Camelia la Texana”, “Contrabando y traición”, o las emocionantes aventuras de enmascarados como “El Santo”, “Blue Demon” o “Mil Máscaras”. En Tepic, por supuesto, no faltaban salas como el “Ascona”, el “Amado Nervo”, el “Premier 70” o la “Caja Mágica”. Sin embargo, para quienes carecíamos de recursos económicos, la única opción eran esas proyecciones gratuitas a las que acudía “la cualquiería y el peladaje”, como solía decir mi recordado Mario Franco, director de Radio Universidad.
LA IDEA DE OLIVER
Recientemente, un encuentro con Oliver Gutiérrez, quien con frecuencia pasa por mi domicilio en el fraccionamiento Los Sauces, reavivó esta chispa. Oliver compartió su deseo de utilizar esas mismas paredes para proyectar películas, con la visión de que estas se conviertan en un “motivo de unión familiar”. Le mencioné iniciativas como “Cine Tapete” en Puerto de Luna, pero Oliver hizo hincapié en que su propuesta era la gratuidad, la esencia misma de aquellas proyecciones de antaño.
Esta conversación me trajo a la mente a Elíseo Aréchiga, quien en su momento promovió activamente el cine en salas y muros improvisados. Ahora que Ra Aguilar se postula con MORENA, sería una oportunidad invaluable para reactivar estas funciones de cine, teatro y luchas, ofreciendo a niños y jóvenes alternativas que los activen y los alejen de los aparatos electrónicos que, a menudo, ofrecen tan poco a la actividad física y la interacción social.
OJALÁ
Ojalá la idea de mi amigo Oliver prospere, encontrando eco y apoyo en figuras políticas como Cheo Aréchiga y Ra Aguilar. Revivir la magia de las pantallas en las paredes podría ser un paso fundamental para fortalecer el tejido comunitario y ofrecer a las nuevas generaciones un pedazo de esa felicidad sencilla y compartida que una vez conocimos.